Había una vez una abuela de manos incansables y amor infinito, a quien todos llamaban Mamita. En su casa, los domingos eran un festín, porque en su corazón y en su mesa siempre había un lugar para todos, que disfrutaban sus famosos frijoles con coles, la receta que reunía a nueve hijos, muchos nietos y hasta a los vecinos.
La cocina era su reino, y el vapor que salía de la olla no era solo de frijoles, era de amor. Mamita servía con generosidad, y si algún nieto torcía la boca diciendo que no le gustaba algo, ella corría a preparar otro plato, porque para su corazón ninguno podía quedarse sin sonrisa.
Los años pasaron, y la cocina se volvió un punto de encuentro porque todos se unen y ayudan, saben que esa sazón no está solo en la comida: está en el amor que pone en cada grano, en cada olla, en cada mesa larga donde ese amor reúne a toda la familia.
Hoy Mamita tiene 91 años, y aunque su cocina ya no hierve como antes, el recuerdo de sus frijoles sigue alegrando. Porque el verdadero sabor era el de su entrega, el de su ternura, el de un amor incomparable que mantenía a la familia unida.
“La mejor sazón de una abuela no está en sus ollas, sino en el amor con el que alimenta a su familia. Ese sabor, el del corazón, nunca se olvida”.
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